jueves, 7 de agosto de 2008

El peso de las preocupaciones




Nuestro cuerpo siempre nos da el primer aviso. Hemos llegado al límite. La presión, el cansancio, el estado de ánimo, la confusión, el agotamiento y la falta de claridad indican que se están agotando todas nuestras fuerzas. Es tiempo de actuar. Llega el momento que decidimos dar un ataque frontal contra todos los asuntos que nos abruman. Tenemos la esperanza de triunfar, de terminar de una vez por todas con todos los problemas que nos agobian.

No debemos engañarnos, el objetivo de terminar de un solo golpe con nuestras preocupaciones es difícil de lograr.

En la plaza central del pueblo debían quitar un gran roble que con el paso de los años se había convertido en un símbolo del lugar. Hasta en el escudo del pueblo se dibujaba su silueta. El roble se había enfermado de un extraño virus. Corría el riesgo de caerse y de contagiar a los árboles más cercanos. Ya se había hecho todo lo posible por salvarlo y la triste determinación de derribarlo provocaba en los vecinos una profunda sensación de impotencia.

No es fácil determinar la causa de un problema y no es el camino más agradable tomar la decisión de solucionarlo.
Los leñadores llegaron una mañana con sierras automáticas y hachas. Los vecinos se reunieron en la plaza para presenciar su caída. Esperaban oír el estrépito producido por el choque del inmenso árbol contra el suelo. Suponían que los hombres empezarían a cortarlo por el tronco principal en un lugar lo más pegado a la tierra. Pero en vez de esto los hombres colocaron escaleras y comenzaron a podar las ramas más altas. En ese orden de arriba hacia abajo cortaron desde las más pequeñas hasta las más grandes.
Así cuando terminaron con la copa del árbol, sólo quedaba el tronco central, y en poco tiempo más aquel poderoso roble yacía cuidadosamente cortado en el suelo. El sol ahora cubría el centro del parque, su sombra ya no existía, era como si no hubiera tardado medio siglo en crecer, como si nunca hubiera estado allí.
Los vecinos preguntaron por qué los hombres se habían tomado tanto tiempo y trabajo para derribarlo. El más experimentado leñador explicó: cortando el árbol cerca del suelo, antes de quitar las ramas, se vuelve incontrolable y en su caída puede quebrar los árboles más cercanos o producir otros destrozos. Es más fácil manejar un árbol cuando más pequeño se le hace.
El inmenso árbol de la preocupación, que tantos años ha crecido en cada uno de nosotros, puede manejarse mejor si se lo hace lo mas pequeño posible. Para lograrlo, es aconsejable podar en principio, los pequeños obstáculos que nos impiden el disfrutar de cada día y así ir quitando el temor de que en el intento de librarnos de éstos y mejorar, todo se derrumbe.

En ese orden, quitando del comienzo los pequeños problemas podemos, gradualmente, ir llegando al tronco principal de nuestras preocupaciones. Para cambiar hay que realizar una tarea a la vez, quitar las ramas de la preocupación de una en una, ocuparnos y no preocuparnos. Reconocer nuestros errores y tener el valor para enfrentarlos, establecer las prioridades y los objetivos en la vida y mantener una verdadera determinación para librarnos poco a poco de todo el peso que nos impide trabajar, crecer, disfrutar y vivir, transformando nuestras ansiedades, miedos y preocupaciones en coraje, esperanza y fe.


Tomado de La Alquimia del Corazón

1 comentario:

Juan Antonio dijo...

La vida a veces se vuelve muy dura. En determinados casos se acumulan los problemas y no podemos enfrentarnos a ellos, puesto que ya es una gran loza que pende sobre nosotros, lo vemos todo negro y no vemos ninguna luz en nuestro camino

Si nos vamos quitando las pequeñas procupaciones,aligeraremos el peso de nuestra pesada carga.

Muchos caen en una gran depresión porque ven su problema en conjunto, incapaces de resolver todo de una vez.

Por lo tanto, si vamos dando pequeños pasos, llegará el momento en que la carga no es tan grande y podremos dar pequeños pasos hacia la libertad de las ataduras que aferran nuestra mente al pesimismo, a la tristeza y a la muerte de espíritu.

La tarea es muy dura, y tal vez necesitemos de alguna ayuda, pero con perseverancia y fe conseguiremos llegar al final del camino con esperanza de una nueva vida.