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domingo, 12 de diciembre de 2010

Cuento zen: La paternidad de Hakuin

¿Es así?

El maestro Zen Hakuin  era conocido entre sus vecinos como aquél que llevaba una vida pura.
Una jovencita japonesa muy atractiva, cuyos padres regentaban una tienda de comidas, vivía cerca de su casa. Una mañana repentinamente, los padres descubrieron con espanto que la muchacha estaba embarazada.
Esto puso a los tenderos fuera de sí. La joven, al principio, se negaba a delatar al padre de la criatura, pero después de mucho hostigarla y amenazarla acabó dando el nombre de Hakuin.
Muy irritados, los padres fueron en busca del maestro.
"¿Es así?", fue todo lo que él dijo.
Al nacer el niño, lo llevaron a casa de Hakuin. Por entonces éste había perdido ya toda su reputación, lo cual no le preocupaba mucho, pero en cualquier caso no faltaron atenciones en la crianza del niño. Los vecinos daban a Hakuin leche y cualquier otra cosa que el pequeño necesitase.
Pasó un año, y la joven madre, no pudiendo resistir más, confesó a sus padres la verdad: que el auténtico padre del niño era un hombre joven que trabajaba en la pescadería.
La madre y el padre de la chica fueron enseguida a casa de Hakuin para pedirle perdón. Después de haberse deshecho en disculpas, le rogaron que les devolviese el niño.
Hakuin no puso ninguna objeción. Al entregarles al pequeño, todo lo que dijo fue: "¿Es así?".
.Hakuin es uno de los máximos exponentes de la escuela Rinzai (1685-1768. Del libro "Carne de Zen - Huesos de Zen". Traducción Ramón Melcón López-Mingo. 

martes, 16 de noviembre de 2010

El Samurai y los tres gatos (Cuento zen)


El Samurai y los tres gatos


Un samurai tenia problemas a causa de un ratón que había decidido compartir su habitación. Alguien le dijo: Necesitas un gato. Buscó uno en el vecindario y lo encontró: era un gato impresionante, hermoso y fuerte. Pero el ratón era más listo que el gato y se burlaba de su fuerza.


El samurai adoptó un segundo gato, muy astuto. Desconfiado, el ratón solo aparecía cuando aquél se dormía.


Entonces le trajeron al samurai el gato de un templo zen.


Tenía aspecto distraído, era mediocre y parecía siempre soñoliento. El samurai pensó: no será éste el que me librará del ratón.


Sin embargo, el gato, siempre soñoliento e indiferente, pronto dejó de inspirar precauciones al ratón, que pasaba junto a él sin apenas hacerle caso. Un día, súbitamente, de un zarpazo, lo atrapó.




Por Taisen Deshimaru.
Del libro "La practica del zen".
Ediciones Kairos.

Foto tomada de Google

lunes, 18 de enero de 2010

Cuento zen: El samurai y el pescador


Por Richard Kim "The Weaponless Warriors", 1974. Ohara Publications, USA.

Durante la ocupación Satsuma de Okinawa, un Samurai que le había prestado dinero a un pescador, hizo un viaje para cobrarlo a la provincia Itoman, donde vivía el pescador. No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurai, que era famoso por su mal genio. El Samurai fue a su hogar y al no encontrarlo ahí, lo buscó por todo el pueblo. A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo se iba enfureciendo. Finalmente, al atardecer, lo encontró bajo un barranco que lo protegía de la vista. En su enojo, desenvainó su espada y le gritó: ¿"Qué tienes para decirme"?.


El pescador replicó, "Antes de que me mate, me gustaría decir algo. Humildemente le pido esa posibilidad." El Samurai dijo, "Ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer."

"Lo siento", dijo el pescador. " Lo que quería decir era esto: Acabo de comenzar el aprendizaje del arte de la mano vacía y la primera cosa que he aprendido es el precepto: “Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano."

El Samurai quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: "Bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto, volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero." Y se fue.

Había anochecido cuando el Samurai llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.

Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un samurai!
Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador:


"Si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza restringe tu mano."
Volvió a la entrada y dijo en voz alta. "He vuelto". Su esposa se levantó, abriendo la puerta salió junto con la madre del Samurai para saludarlo. La madre vestida con ropas de él. Se había puesto ropas de Samurai para ahuyentar intrusos durante su ausencia.

El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurai hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurai, este salió corriendo y le dijo: "He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además los intereses. No sé cómo darle las gracias!"

El Samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo: "Quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado."

domingo, 20 de diciembre de 2009

El Samurai y los tres gatos (Cuento zen)

Un samurai tenía en su casa un ratón del que no llegaba a desembarazarse. Entonces adquirió un magnifico gato, robusto y valiente. Pero el ratón, más rápido, se burlaba de él. Entonces el samurai tomó otro gato, malicioso y astuto. Pero el ratón desconfió de él y no daba señales de vida más que cuando éste dormía.

Un monje Zen del templo vecino prestó entonces al samurai su gato. Éste tenía un aspecto mediocre, dormía todo el tiempo, indiferente a lo que le rodeaba. El samurai encogió los hombros, pero el monje insistió para que lo dejara en su casa. El gato se pasa el día durmiendo, y muy pronto el ratón se envalentonó de nuevo. Pasaba y volvía a pasar por delante del gato, visiblemente indiferente. Pero un día, súbitamente, de un sólo zarpazo, el gato lo atrapó y lo mató.


¡Poder del cuerpo, habilidad de la técnica no son nada sin la vigilancia del espíritu!

martes, 3 de noviembre de 2009

Ladrón de dicha (Cuento zen)


Cuenta una antigua leyenda que un anciano sabio vivía en las afueras de una pequeña ciudad de provincia. El hombre era muy conocido no sólo por su sabiduría, sino también por su buena suerte.

En la misma ciudad vivía también un joven que, aunque fundamentalmente honesto, estaba constantemente en pos de la suerte, la fama y la riqueza. Sin embargo, pese a todos sus esfuerzos, la "diosa vendada" no quería sonreírle. El joven ya no sabía qué más hacer y estaba al borde de la depresión, cuando se le ocurrió ir a ver al sabio para pedirle cuál era el secreto de su éxito. En efecto, todo lo que precisaba, el sabio lo tenía. Y todo lo que emprendía le salía redondo. No le faltaba hogar, ni comida, ni ropa. La gente le amaba, respetaba y veneraba. No carecía de riqueza espiritual, pero tampoco de medios materiales.

Aquel día el joven se levantó muy pronto para evitar las colas interminables de personas que iban a pedirle consejo al anciano. Se vistió con sus mejores vestidos, se arregló y llegó a la morada del sabio. Llamó al portal. El sabio le abrió y, amablemente, le recibió en su casa. Una vez terminadas las presentaciones formales, el joven fue directamente al grano y dijo:

- La razón de mi visita es sencilla: querría saber tu secreto para vivir tan holgadamente. Verás, he notado que no te falta nada, mientras a mí me falta todo, y esto es a pesar de mis esfuerzos y buena voluntad. También he notado que mucha gente posee bienes materiales, pero son infelices. En cambio a ti no te falta tampoco la felicidad. Dime, ¿cuál es tu secreto?

El sabio le miró interesado y sonrió diciéndole:

- Mi respuesta también es sencilla: el secreto de mi buena suerte es que yo robo...

- ¡ Lo sabía ! -exclamó el joven- habría tenido que deducirlo yo mismo. ¡ Ese era el secreto !

- ¡ Espera ! Todavía no he acabado -dijo el anciano- pero el joven ya había salido corriendo exultante. El santo intentó darle alcance pero no pudo, por lo que regresó imperturbable y calmadamente a su casa.

Tras la visita al sabio, la vida del joven cambió radicalmente: empezó a robar aquí y allá, a revender las cosas sustraídas a los demás y a enriquecerse. Cometía toda clase de hurtos: robaba animales, cosas, dinero e incluso entraba a robar a casas. La fortuna parecía haber empezado a sonreírle, pero al cabo de un tiempo fue capturado por las autoridades. Fue procesado por numerosos delitos y condenado a cinco años de dura cárcel. Durante su estancia en la prisión tuvo tiempo de meditar y llegar a una conclusión. Según sus deducciones, el anciano se había befado de él, y más idiota había sido él mismo por seguir tan necio consejo. Se prometió que una vez salido de ahí, volvería a ver al anciano para darle su merecido.

Los años pasaron y el joven fue puesto en libertad tras pagar su deuda con la sociedad. Nada más recobrar su libertad, ni siquiera pasó por su casa, sino que se fue directamente a la residencia del sabio. Tras llamar impacientemente a la puerta, el sabio abrió.

- Ah, eres tú -le dijo-.

- Sí, soy yo y he venido para decirte lo inútil que eres, viejo tonto. ¿Sabías que gracias a tu consejo me he pasado los últimos cinco años de mi vida en la cárcel? Si todos los consejos que das son así, menudos imbéciles que tenemos que ser los que te escuchamos.

El anciano le prestaba atención con paciencia, y cuando la rabia del joven remitió, así le contestó:

- Comprendo tu rabia. Pero el artífice de tu desdicha eres tú y solamente tú, sobre todo por tu incapacidad de escuchar. Cuando viniste aquí hace cinco años, te dije la verdad, te dije mi método para asegurarme la dicha, solo que tú no quisiste oír más y entendiste lo que quisiste. Cuando te dije que yo robo, era verdad, solo que no robo a los humanos. Robo aire, luz, agua y energía. Robo "chi". Verás, robo al Tao porque el Tao es vacío y utilizándolo nunca rebosa, se vacía sin agotarse y su función no se agota nunca.
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Por: Marc E. Boillat de Corgemont Sartorio

miércoles, 14 de octubre de 2009

Cuento Zen: La Luz y la Oscuridad


La oscuridad pensó que la luz le estaba robando mayor terreno cada día y entonces decidió ponerle un pleito.

Así lo hizo y llegó el día fijado para el juicio. La luz llegó a la sala antes de que llegara la oscuridad.

Allí estaba el juez y los respectivos abogados.

Esperaron y esperaron. La oscuridad estaba fuera de la sala, pero no se atrevió a entrar. Simplemente, no podía. Así que, pasado el tiempo, el juez falló a favor de la luz.

La luz es la Consciencia y Sabiduría; la oscuridad es inconsciencia y error.
Si desarrollas la consciencia, ¿cómo puede compartir el mismo espacio la inconsciencia? No puede, como no pudo la oscuridad entrar donde estaba la luz.
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El Maestro dice: "La Luz es consciencia y sabiduría, en tanto que la oscuridad es ofuscación y estrechez de miras. Si te estableces en la sabiduría, ¿hay lugar para la ofuscación?

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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cuento zen




Un monje le preguntó al Maestro Chao Chou:



"Maestro, ¿usted también irá al infierno?"



El Maestro respondió:



"Yo voy a ser el primero en ir al infierno."



El monje preguntó:



"¿Por qué debería usted, un gran sabio, ir al infierno?"



El Maestro contestó:

"Si yo no voy, ¿quién estará allí para enseñarte?"

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Foto tomada de la red

domingo, 30 de agosto de 2009

Cuento zen (La fresa)



La fresa

Un día, mientras caminaba a través del desierto, un hombre se tropezó con un feroz tigre.

Se puso a correr, pero pronto llegó al borde de un profundo barranco.

Desesperado por salvarse, descendió hasta una rama y quedó colgando sobre el fatal precipicio.

Mientras se sostenía, dos ratones salieron de un agujero del acantilado y comenzaron a roer la rama.

Repentinamente, notó que en la rama había una suculenta fresa silvestre.

La cogió y se la puso en la boca.

¡Estaba increíblemente deliciosa!

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Foto tomada de la Red.

lunes, 13 de julio de 2009

Nada que perder (Cuento Zen)


Un abuelo que se había pasado toda su vida jugando a la lotería finalmente acertó al premio mayor, y como era su sueño desde niño todo el pueblo sabía que lo había logrado.


Cuando tuvo el cheque en su mano sintió una gran desilusión.


– ¿Qué le pasó abuelo, acaso no está contento de haber ganado?- aludía el notario. El abuelo lo miró medio desconcertado mientras pensaba... ¿y de qué me sirve el dinero ahora que soy un viejo?-


Cuando salió a la calle se encontró con su maestro de Zen. Cuando el abuelo le contó sus pesares, el maestro le dijo:


–No te preocupes, ahora que eres viejo no tienes nada que perder, excepto el premio de la lotería, por supuesto.
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Foto tomada de la Red

miércoles, 8 de abril de 2009

Cuento zen

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Chiyono era una mujer bella. Aunque en su interior atesoraba el amor más puro y hermoso, la mayoría de los hombres que se acercaron a su vida buscaban disfrutar del deseo que les despertaba la perfección de su cuerpo. Y Chiyono descubrió que no había hombre que pudiera corresponder a su amor; que el único amante que podía ver lo que los ojos velaban era el amor divino. Y vagó de monasterio en monasterio, y en todos recibió la misma negativa.
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Su belleza sólo podría alterar la tranquilidad de los monjes, y hasta era posible que consiguiera con su sola presencia que más de uno abandonara la austeridad y el silencio.
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Chiyono, cansada de ser valorada sólo por su aspecto, deformó su cuerpo sometiéndolo a dolorosas quemaduras. Su rostro, de piel aterciopelada y blanco perla, era ahora carne viva y purulenta. Tras recuperarse de sus heridas, decidió volver a visitar los monasterios que antes le habían cerrado sus puertas.
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Al ver su aspecto y conocer el porqué de su estado, los monjes aceptaron respetuosamente su presencia y valoraron su deseo de volcar su vida al despertar divino.
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Cuando pudo por fin dedicarse a lo que quería, estuvo años -década tras década- realizando las mismas rutinas, pacientemente, intentando mantenerse alerta a las indicaciones de los maestros y a sus propias experiencias.
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Su vida era bien sencilla pero había aprendido que no eran las actividades en sí las que daban plenitud y sentido a la vida, sino la actitud con que éstas se realizaban.
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De sus maestros había aprendido también a observarse al caminar… al fregar el suelo… al preparar la comida… al meditar sentada frente a un muro carente de objetos… Observaba su aburrimiento, su tristeza, su ira, su sueño… y sabía que en la realidad iluminada nada de esto era de ella… Si se aburría, se decía: “el aburrimiento está pasando por mí”… Si reaccionaba con ira, no la reprimía, ni justificaba; se observaba y se decía: “La ira está pasando por mí”.
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Y así estuvo años y más años, intentando ir más allá de la aparente repetición de la rutina, para descubrir la cualidad de frescura y espontaneidad que tenía, no la acción en sí (fuera o no fuera nueva), sino la vivencia constante en el eterno presente.
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Una noche, realizando una de las tareas propias de su rutina, fue a buscar agua a un pozo cercano. Tras llenar el destartalado cubo, se dispuso a llevarlo con calma y cuidado para no perder parte de su preciado contenido durante el camino. La noche, de nubes y claros, estaba tenuemente iluminaba por el resplandor de una hermosa luna llena.
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Chiyono alternaba su vista en el suelo, la Luna y el reflejo oscilante de ésta en el agua del balde. De repente, mientras observaba el reflejo de la luna en el agua, tropezó, cediendo las asas y rompiéndose al impactar contra el suelo.
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Durante unos instantes, la monja Chiyono permaneció inmóvil, observando los restos del cubo y cómo el agua se filtraba poco a poco en las porosidades del suelo. Luego, miró directamente a la Luna. Y en ese sencillo percance, tras años de esfuerzo, paciencia y tenacidad, Chiyono se iluminó.
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Rememorando lo que sintió en ese instante, escribió: De un modo u otro traté de mantener el cubo íntegro, esperando que el débil bambú nunca se rompiera. De repente, el fondo se cayó. No más agua; no más reflejo de la Luna en el agua: vaciedad en mi mano.
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lunes, 9 de marzo de 2009

Cuento zen



Miedo a morir, miedo a vivir

Viajaba un piloto sobre el desierto cuando su aeronave sufre un desperfecto y cae inevitablemente en las olas de arena. Aunque logró salir ileso, al descender del avión se da cuenta que su cuerpo comienza a hundirse en arenas movedizas.

– ¡Pero qué mala fortuna!- pensó el hombre, -¡cómo es posible que haya sobrevivido al choque para caer en este maldito embrollo!

A medida que su cuerpo desaparecía en la arena, una serpiente le observaba con detención.

–!Por favor, sácame de aquí y juro que te lo compensaré!- dijo el piloto.

La serpiente pensó: Pobre, ahora que está a punto de perder la vida cree que puede hablar con serpientes.

En un acto de gran compasión la serpiente ocupó su cuerpo para sacar al piloto de su trampa mortal.

–Gracias! ¿Qué puedo hacer para compensarte?

- La serpiente lo miraba y pensaba: Pobre, ahora que recuperó su vida no sabe qué hacer con ella.
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Foto tomada de la red
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sábado, 18 de octubre de 2008

Los tres maestros

Foto Google

Los tres maestros

El pequeño saltamontes le preguntó:─ ¿Cómo pudiste tener maestros distintos y que se contradecían entre sí?

El maestro le contesto:
─ Yo asistía a las enseñanzas de tres maestros diferentes que platicaban en tres templos distintos.

El primero nos decía que es necesario guiarse de las intuiciones y actuar con valor para cambiar la vida.

El segundo nos hablaba de la observación del mundo que nos hacía sabios y de la imposibilidad de cambiar nada.

El tercero nos describía la importancia de la reflexión y la necesidad de actuar después de adquirir una experiencia determinada.

Eran como tres generales que van a la contienda dispuestos a ganar pero con ideas totalmente diferentes.

─ ¿Y que pasó en la batalla?

─ Qué perdieron los tres.

─ ¿Ninguna de las estrategias resultó efectiva?

─ El primero fracasó por su premura, su apresuramiento, su feliz atolondramiento. Acertó muchas veces y su celeridad le dio una ventaja sobre los demás pero, con sólo una batalla final, quedó derrotado.

─ El segundo maestro no deseaba actuar sino observar.─ El segundo maestro fracasó porque le abandonaron sus discípulos hartos de su iniciación. Sus descripciones del mundo eran fantásticas pero inútiles; el mundo le superó y lo dejó de lado.

─ ¿Y el tercero que proponía actuar y reflexionar?

─ El tercer maestro tuvo discípulos importantes y poderosos, actuó como consejero de los Daimios más importantes de nuestro país pero también se equivocó en muchas ocasiones dejando pasar un tiempo precioso. La vida nos supera muchas veces si no tomamos una decisión rápida y certera. Los jóvenes daimios lo abandonaron deseosos de emular y superar rápidamente las gestas de sus padres. Finalmente, también se quedó sin discípulos.

─ Estaban equivocados.─ Y tenían razón. Lo que os enseñé fue una reunión de los tres maestros para actuar en cada ocasión con una estrategia distinta ya que el enemigo cambia. Muchas veces, el atolondramiento de mi primer maestro era mucho más efectivo que la sesuda reflexión. Otras veces, al contrario. Esto es lo que me enseñaron los tres maestros: a actuar con personalidades diferentes según cada acontecimiento.

─ Pero, ahora dudas, maestro.

─ Sí. Luego, me di cuenta de que yo también tenía razón y estaba equivocado.─

Maestro, eso no lo dijiste cuando nos enseñabas en el templo y nuestros corazones saltaban de nuestros pechos por la emoción que sentíamos al oírte.

─ Porque si hubierais pensado que dudaba, no me hubierais tratado de maestro. Es necesario engañar a los discípulos para enseñarles la verdad.

─ No lo entiendo.

─ Ya lo entenderás.

─ Se alcanza la sabiduría cuando se sabe que los maestros tenían razón pero estaban equivocados. Pero, sólo se llega a maestro cuando se sabe que uno mismo también está equivocado.
Hay personas que son demasiado reflexivas y no actúan; las hay que son un poco precipitadas. ¿Cómo te consideras tú?

Cuando te percatas de tus errores, ¿los reconoces con humildad aun ante tus discípulos o tus interlocutores?

Cuento zen.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

¿Podemos cambiar nuestro destino?


Durante una batalla trascendental, un general japonés decidía atacar. Aunque su ejército era superado en número considerablemente, estaba seguro que ganarían, pero sus hombres estaban llenos de dudas. En el camino a la batalla, pararon en un santuario religioso. Después de rezar con los hombres, el general sacó una moneda y dijo, “Ahora lanzaré esta moneda. Si es cara, ganaremos. Si es cruz, perderemos. El destino ahora se revelará”.

Lanzó la moneda al aire y todos la miraron atentamente mientras caía. Fue cara. Los soldados estuvieron tan rebosantes de alegría y llenos de confianza que atacaron vigorosamente al enemigo y salieron victoriosos. Después de la batalla, un teniente le comentó al general, “Nadie puede cambiar el destino”. “Absolutamente correcto”, contestó el general mientras mostraba al teniente la moneda, la cual tenía caras en ambos lados.


Cuento zen

¿Crees que podemos cambiar nuestro destino o todo está ya predeterminado?


miércoles, 27 de agosto de 2008

Conciencia Plena


Después de diez años de aprendizaje, Tenno alcanzó el rango de profesor de Zen. Un día lluvioso, fue a visitar al famoso maestro Nan-in. Cuando entró, el maestro lo saludó con una pregunta, “¿Usted dejó sus zuecos de madera y paraguas en el pórtico?”. “Sí”, contestó Tenno.

“Dígame”, continuó el maestro, “¿usted colocó su paraguas a la izquierda de sus zapatos, o a la derecha?”. Tenno no supo la respuesta, y se dio cuenta que todavía no había logrado tener conciencia plena. Así que se convirtió en aprendiz de Nan-in y estudió con él por diez años más.


Cuento zen


Yo seguiré durante diez años para intentar conseguir la Conciencia Plena; y si no es suficiente tiempo, repetiré otros diez, y otros diez...hasta conseguirla.