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viernes, 5 de septiembre de 2008

Dormir en buena compañía



Después de haber recorrido un largo camino por los Pirineos, llegué a un pueblo de la provincia de Lérida, en Cataluña, y me dispuse a pernoctar.


Como era muy amante de la Naturaleza, montaba mi pequeña tienda de campaña en los mejores lugares para disfrutar de las maravillosas vistas y de un inigualable silencio, sólo interrumpido por el canto de los pájaros y de algún animal que se acercaba a curiosear


Hacía mucho frío, soplaba un viento helado propio de la época, en el mes de febrero, en pleno invierno.


Calenté un té, me preparé un buen bocadillo y me dispuse a dormir en un bosquecillo, al lado de un riachuelo.


-La musicalidad del fluir de las aguas me dormirá, pensé.


Me tapé con mi manta, me acurruqué y empecé a recordar todos los sitios que había recorrido por Europa, desde Alemania, pasando por Dinamarca, los Países Bajos, Francia, hasta llegar a ESpaña.


Al poco rato me quedé dormido.


Era ya de madrugada cuando sentí que me encontraba calentito, dormía muy feliz.


Sentía que mi manta se había transformado en una pieza de piel que me daba un agradable calor. Me acerqué un poco más y la manta latía, se estaba moviendo. Abrí los ojos y me percaté que un oso enorme se había acurrucado a mi lado en busca de calor.


Salté espantado y el oso, asustado por el escándalo que armé, salió a la carrera, se internó en el bosque y desapareció.


Yo, con el susto en el cuerpo, apenas pude conciliar el sueño, pensando que mi visitante podía regresar.


Pasado el tiempo, recuerdo esta anécdota como algo curioso que me sucedió, pero que pudo tener fatales consecuencias.