miércoles, 30 de julio de 2008

Llega el otoño


El otoño llega y yo llego con él
cargado de todas las experiencias del verano
con todos los lindos paseos en la primavera
y con los grandes fríos y copiosas lluvias del invierno.
Cargo con mi mochila repleta de aventuras
de caminos pedregosos andados en la noche
de las suaves dunas que nos acompañan en el verano
con la sonrisa de los pobres y ricos de espíritu
con el rictus de amargura de algunos poderosos
y con la agradecida caricia de la perrita que recogí
que un ser cruel la abandonó embarazada y hambrienta.
Camino bajo el rocío de hojas que caen adornando los caminos
y yo camino con alegría y fe en todo lo que tengo
y en lo que me espera al final de la senda
en la mano tendida del amigo, del conocido, hasta del enemigo
que en su mirada blande el odio y la amargura,
pero en su corazón existe la esperanza de un nuevo amanecer
que lo transforme en una persona amable, agradecida de la vida.
Todos somos buenos, regulares o malos, sólo depende
de las propias circunstancias, de los amores encontrados,
retenidos o perdidos a lo largo de la vida.
Depende de la comunicación fluida o no con los demás
depende de las hormonas, de la personalidad, del carácter,
de la idiosincracia, de los atavismos que nos impelen a actuar
de buena o mala manera.
Esos somos nosotros, pero tenemos conciencia de mejorar
de intentar ser felices y hacer felices a los demás.
Caminamos en las tardes otoñales bajo los árboles nativos
y pensamos que algún día ese camino nos llevará
inexorablemente al ocaso de nuestra vida.
Entonces, ¿para qué caer en el abismo de la depresión,
de la desesperanza y del desamor?
Miremos con los ojos del alma,
en las pequeñas cosas veremos a Dios.

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