lunes, 21 de julio de 2008

Serapio, el vendedor de leña

El invierno en Villarrica es muy frío, tan frío que se le congelan a uno la sangre y la piel, los músculos, las uñas y los dientes... Hasta las ideas.
Sin embargo, un canario como yo, acostumbrado a estar en mangas de camisa y en short por las cálidas tierras de mis islas, no pasa frío en estas tierras de la Araucanía, en la IX Región de Chile.
Por la calle voy abrigado como lo hiciera un esquimal en las tierras polares. Cuando el sol se marcha a tierras cálidas, el cielo se puebla de nubarrones negros, amenazando con una lluvia intensa y pertinaz, que lo mismo puede durar unas horas, unos días, o tal vez semanas. El frío viene muchas veces acompañado por unas ráfagas de viento helado, tal vez procedente del vecino volcán Villarrica, ya cubierto totalmente de nieve. Su visión desde la ciudad del mismo nombre es espectacular. Muchas veces me sitúo al lado del lago a admirar el niveo manto que cubre el volcán, extendiéndose mi visión unos veinte kilómetros del enmarañado bosque chileno entre el plácido lago y la impresionante montaña de fuego con su permanente fumarola al viento
Voy abrigado hasta los dientes, no faltándome el gorro de lana que me cubre incluso las orejas, una bufanda que sólo me deja los ojos sin tapar, varias piezas de ropa de lana, cubriendo todo con un gran impermeable que me llega hasta los tobillos, con varios pares de calcetines de lana, y calzándome unas botas de suelas altas y reforzadas contra el frío y el agua.
Las botas están preparadas para poder atravesar las calles inundadas de agua, cruzar los riachuelos que se forman en varias avenidas, como en la que vivo, por la cual discurre un pequeño afluente del río que fluye hacia el lago que se encuentra muy cerca de mi casa.
En nuestro hogar no se pasa frío. Está acondicionado para soportar el crudo invierno. Ventanas con doble cristal, pisos de madera con gruesas alfombras, unas estufas eléctricas y de gas móviles que se pueden acondicionar en los lugares que se precisen y dos estufas de combustión lenta, por lo que se usa leña para calentarnos.
Solemos comprar leña de hualle, de tepa y, en último lugar, de pino oregón, pues contamina más que las demás clases de leña; éste produce una resina, al quemarla en la estufa, que obstruye en poco tiempo el cañón, por lo que el deshollinador debe ir con más frecuencia cuando se utiliza este último tipo de leña.
En la agenda de mi celular tengo los nombres de varios vendedores de leña que con el paso del tiempo he ido conociendo, preguntando a amigos y conocidos, aquí y allá, o encontrándome por casualidad en la calle con ellos cuando estaban estacionados con sus camionetas cargadas de leña o disponiéndose a descargar, como fue el caso de Serapio. Le abordé y le pregunté que si vendía leña. Después de asentir y hablar un rato sobre las condiciones de la leña, precio y demás tomé el número de su celular para cuando me hiciera falta.
Serapio era un señor de unos sesenta y cinco años, de mediana estatura, aproximadamente 1.65 m, delgado, un poco encorvado por el trabajo y el paso de los años, ya que había empezado a trabajar desde niño hasta ahora.
Un día necesité leña y mis proveedores habituales no podían servirme o no pude contactar con ellos, por lo tanto llamé a Serapio y quedamos en la cantidad de leña, en el precio y en la hora que vendría a mi casa a descargarla. Habíamos quedado en que sería de hualle, que es la mejor, y que me la entregaría picada. Me dijo que a la una de la tarde estaría en mi casa.
Eran ya las dos y no había llegado, por lo que lo llamé a su celular y me informó que en ese momento saldría de su casa con la leña, que se había retrasado por problemas con su camión, y que tardaría una media hora en llegar.
Eran ya las tres y media y no llegaba el caballero, ya estaba preocupado por su tardanza, por lo que pensé en llamarlo a su celular, pero en ese preciso momento la Loba, mi pastora alemana, con sus ladridos me avisó que había alguien en la verja. Me acerqué allí y me percaté que era Serapio.
Miré para todos los lados a ver dónde se encontraba el camión con la leña y no la vi por ninguna parte. Con cara de sufrimiento y pena me dijo que se le había quedado su vehículo en pana por falta de combustible a unos dos kilómetros de allí, que si le podía prestar tres mil pesos y una garrafa para poder ir a comprar bencina.
Enseguida le dejé la cantidad que me solicitaba, así como la garrafa y me ofrecí a llevarlo a la estación de servicio a comprar el combustible y dejarlo donde se encontraba su camión, ya que quería dejar la leña bien resguardada antes de que lloviera o se hiciera de noche.
Compramos la bencina y pasé a dejarlo junto a su camión y regresé a casa a esperarlo, en unos minutos ya estarían descargando.
Pasó otra hora y no aparecía. Preocupado tomé el camino hasta el sitio donde lo había dejado poco tiempo antes y me lo encuentro en plena faena con una rueda de su vehículo. Me dijo que había tenido que pedir prestada una porque la suya estaba inservible y no tenia ninguna de repuesto.
Le comenté preocupado que eran las cuatro y media y que pronto se haría de noche. Me manifestó que ya se ponían en camino.
Todavía tardaron un poco, pero al fin los vi aparecer. Digo los vi porque estaba Serapio acompañado de su hijo que hacía de conductor y de tres chicos de 9, 10 y 13 años.
Se dispusieron a subir una leve pendiente para acceder al camino por donde había que dejar la leña. Cuando ya casi habían conseguido subir la cuesta se le rompió una pieza por lo que el camión se fue hacia atrás, pudiendo frenar un poco la caída con los maltrechos frenos de que disponía el vehículo.
Se quedó atravesado en la calle y con la ayuda de algunos que pasaban por el lugar, más otros que se bajaron de sus autos y con mi propia ayuda logramos mover el camión y estacionarlo en la parada de buses.
Pasado un tiempo tuvimos que seguir empujándolo un poco más lejos, pues los buses siempre que se detenían en la parada entorpecían el tráfico.
Al rato apareció Serapio por mi casa de nuevo a pedirme prestados diez mil pesos para comprar la pieza que se le había averiado y una llave inglesa para colocarla. Se los presté con el ánimo de que terminaran lo antes posible.
Como tardaban en arreglarlo, Serapio me insinuó que fuera haciendo el traslado de la leña con mi camioneta. Al principio estuve remiso a hacerlo, pero con el afán de terminar con esa odisea lo antes posible, decidimos que el chico mayor, de unos trece años, fuera a mi casa a recoger la carretilla con lo que transportar la leña desde el camión hasta mi camioneta, la cual estaba situada a unos 30 metros de distancia. Cada vez que mi vehículo estaba lleno íbamos a mi casa a descargarlo.
Enseguida me percaté que la leña no estaba picada. Le dije al chico que ese no había sido el trato, que habíamos quedado en que me traería leña picada. Él me dijo que no había problema, que el me la iría picando a medida que la fuéramos llevando a la casa.
Hicimos unos viajes, con la ayuda de los tres chicos. Cuando habíamos hecho ya unos cuantos me percaté que el trabajo era pesado y el rendimiento escaso. Por lo que decidí parar de realizarlo y esperar a que arreglaran el camión.
Me fui a mi casa a descansar. Desde allí podía observar cómo los niños jugaban, corrían y se divertían en la mediana, en el parterre, de la calle.
Como los vi aburridos, cansados y hambrientos les di un par de paquetes de galletas con la condición de que los repartieran entre los tres. Pero como en ese momento sólo estaban los dos mayores se fueron corriendo por una calle lateral sin querer repartirlo con su hermano menor.
Al cabo de un rato los vi que tenían una botella de coca cola y se la iban pasando para que cada uno fuera tomando de la botella.
Al fin me avisaron que ya el camión estaba arreglado.
Subieron la cuesta y situaron el camión al lado de la casa para descargar la leña, pero con la gran carrocería rozó los soportes del estacionamiento que hizo mover toda la casa, pero ésta está acostumbrada a los moviemientos que se producen cuando pasan camiones por la calle o hay algún movimiento sísmico.
Cuando iba avanzada la descarga, el camión caminó hacia atrás, ya que los frenos no funcionaba bien y tuvo Serapio que correr a poner unos trozos de leña detrás de las ruedas para evitar el retroceso.
Con dicho retroceso una de las puertas laterales se abrió y arrasó parte de la valla que rodea la casa, teniendo yo que amarrarla con alambre, prometiéndome que volvería a arreglarla desde que pudiera.
Al fin terminó la descarga cuando ya oscurecía quedando en que a la siguiente semana me provería de otro cargamento.
Antes de la despedida le hice notar que la leña no era de hualle, ni estaba picada.
Me prometió que la próxima sería de buena cualidad, de hualle seco, me dijo.
Por la noche llegué agotado, cansado de empujar el camión y de transportar la leña en la carretilla.
Ya en la cama me quedé pensando en todo lo que había sucedido. Me pareció una historia surrealista.
Me pregunté cómo dejaban circular a vehículos en tan pésimas condiciones por la via pública
Al día siguiente el caballero que me fue a colocar la leña me cobró un precio extra por picarla y me manifestó que era de muy mala calidad, que parte de ella estaba podrida, que habían recogido restos de tablas y madera y la habían mezclado con la demás.
Pasados siete días apareció Serapio de nuevo, pidiéndome cindo mil pesos prestados para abonar una deuda a cuenta del camión que ya tenía en las inmediaciones.
Le dije que ya no le compraría más leña a él, puesto que me había engañado.
-Es leña buena, de hualle, sequita. Y le picaré la leña de la semana pasada- me dijo Serapio.
-Una vez me engañó, señor Serapio, pero nunca más lo va a hacer, le contesté. Buenas tardes y buena suerte.
Se marchó Serapio mascuyando sobre mi proceder. -¡Qué rara gente viene por aquí!

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