jueves, 17 de julio de 2008

Carta a mi Princesa

Mi querida y linda Princesa: Cuando la noche llegue a tu almohada, descansa y sueña conmigo que yo te velaré y te acompañaré en tu soñar.
Cuando el día se asome por tu ventana, sigue en la cama descansando, te acompañaré en tus pensamientos de mujer feliz y enamorada.
Cuando te levantes y despereces, lo haré contigo y te acompañaré con la silente reverencia de amor e intimidad más profundas.
Si el día oscurece y se levanta una tempestad con aparato eléctrico y lluvias torrenciales que parece que el mar se ha establecido a tu alrededor, de manos nos sentaremos al pie de la lumbre y nos miraremos a los ojos del alma, en un silencio donde sólo hablarán los ojos.
Si el sol luce con todo su resplandor sonriente y saludándonos con dulce placer de amigos, pasearemos cogidos del talle, riendo y gozando de nuestra compañía, charlaremos de vanalidades o de la intimidad de nuestros seres.
Si te asusta la ronroneante abeja o el trepidante ruido del lago embravecido, te calmaré con susurros de amor y paz que aliviarán tu pavor y desconcierto, llevándote sonriente a la orilla de la tranquiliad.
Cuando te falte el ánimo o la fuerza para tomar una decisión necesaria para conseguir los objetivos que te has propuesto, ahí estaré yo apoyándote y aligerando el peso de la responsabilidad, y juntos analizaremos las circunstancias con el fin de que puedas decidirte siempre por lo más que te convenga con decisión y fe.
Cuando quieras estar sola, te dejaré que alimentes tu alma con la tranquilidad y paz necesarias para retomar luego una vida armónica en pareja.
Cuando enfermes, o decaiga tu ánimo, allí estaré yo solícito para acompañarte y cuidarte con cariño y esmero hasta que vuelvas a sonreír.
Siempre estaré contigo, presente o ausente, pero siempre a tu lado con infinito amor y con inconmensurable pasión, intentando hacerte feliz, sólo pensando en tu bienestar y felicidad.


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