lunes, 21 de julio de 2008

Paseo por la ciudad

Me dirigía a una farmacia situada en el centro de la ciudad turística de Villarrica, en la calle Camilo Henríquez, cuando un perro tropezó conmigo. Se veía que tenía mucha prisa. No obstante eso, se paró y muy educadamente se excusó:
-Perdone usted, caballero, lo siento mucho.
-No se preocupe, no pasa nada- le contesté. Se ve que tiene usted prisa, ¿verdad?
-Efectivamente, me voy a reunir con unos amigos para dar un paseo por la ciudad.
-Adiós, que lo pase usted bien.
Este perro era de mediano porte, de color negro azabache. Simpático y alegre, conversador y muy dinámico, pues no paraba de moverse mientras hablaba.
Cuando salí de la farmacia me dispuse a dar un paseo por la ciudad. Estaba lloviendo y hacía frío. Me encantaba caminar bajo esas condiciones climáticas.
Avanzaba por la calle cuando me encontré a cuatro perros que hablaban entre ellos a gritos:
-¿No ha llegado el jefe?- preguntaba uno.
-No, Sambo no ha llegado aún.
-Míralo allá- comentó otro. -Viene con todos sus amigos del barrio.
A lo lejos venía Sambo con seis perros más. Los había de todos los tamaños y colores. Todos eran perros callejeros que por el día merodeaban por distintos lugares de la comuna y por la noche se reunían para dar un paseo por el centro.
Ya todos juntos formaban un grupo de once canes. Se saludaron efusivamente con abrazos y saludos ostentosos, corrían de un lado para otro en la acera mostrando así su contento por el reencuentro.
Decidieron continuar el paseo.
Poco después se encontraron con un mendigo pidiendo una moneda. Uno de ellos, solícito, se la dio.
-Hay que ayudar al prójimo- comentó.
Continuaron la marcha. Se podía observar que era un grupo alegre y divertido. El jolgorio que formaban era monumental, abarcando con sus juegos toda la acera, teniendo los peatones que desplazarse por la calle.
Algunos perros se separaban del grupo cruzando la calle para saludar a otros perros amigos, los cuales se encontraban en la acera de enfrente. Algunos aceptaban y se unían a la jauría mandada por Sambo.
A veces se ponían a jugar y a saltar por parejas como si estuviesen realizando un baile. Sus gritos hacían que toda la gente tuviera que ver con ellos, formando grupos comentando las actividades caninas.
Seguidamente, Sambo invitó a todos sus amigos a continuar hasta el supermercado que se encuentra en la esquina con la calle Pedro de Valdivia.
Siguieron con sus juegos en grupo delante de la puerta. Algunas veces golpeaban a los que salían de dicho negocio y se disculpaban inmediatamente. Se veía que eran muy bien educados.
Algunos se separaban por parejas y jugaban a ver quién podía recorrer más distancia al lado de los autos que pasaban por allí, ladrándoles. De la primera pareja ganó un perro negro y pequeño, con unas ligeras manchas blancas en la cabeza, ya que su contrincante corría al lado de un colectivo, cuyo conductor le echó el auto encima y casi lo arrolla.

Personas desocupadas habían acompañado a los perros en todo su recorrido ya que era muy entretenido observar sus actividades.
Pasado un tiempo Sambo decidió poner fin a la reunión-paseo y dio la orden de volver a sus casas. Desandaron el camino por Camilo Henríquez en dirección a sus hogares.
A mitad de la cuadra percibieron que en sentido contrario avanzaba otro grupo de canes que también iba de paseo por el centro de la ciudad. Este grupo lo formaban doce perros, a cuyo mando se encontraba uno muy robusto y elegante, de color marrón claro. Se saludaron cortésmente los dos grupos y continuaron su camino.
Antes de disgregarse para tomar cada uno su senda, se despidieron hasta el siguiente día que se volverían a reunir en el mismo sitio y a la misma hora.

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